En Diario de Alfredos nos gusta contar historias.
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domingo, 31 de marzo de 2013
miércoles, 27 de marzo de 2013
El arma más poderosa
Las tardes del mes de Septiembre siempre me han parecido las
más tranquilas del año. El tiempo acompaña, pero lo hace de una manera amable;
el sol calienta, pero ya no agobia tanto. La ciudad, desalmada e inhumana,
trituradora de carne, sigue de vacaciones; el tráfico dormita: el monstruo urbano
no se ha despertado de la siesta.
La luz invita al paseo, los parques se llenan de vida y en
las casas, las ventanas sirven de entrada a todos los sonidos (que no ruidos)
de la ciudad. Aprovechamos que aún tenemos las tardes libres para echarnos una
siesta fuera de su territorio natural, el fin de semana: una siesta furtiva,
robada a la frenética vida del urbanita; a estas siestas robadas les pasa lo
mismo que a esos besos escamoteados cuando éramos adolescentes: sientan
estupendamente.
Dormíamos los últimos minutos de la siesta cuando, de
repente, por la ventana llegó el ruido (que no sonido) de una voz infantil
imitando a una metralleta, ta-ta-ta-ta, “”¡te he dado!”, gritaba triunfal el
chaval, de unos seis años, armado con una pistola de agua de plástico de color
verde. La víctima, una niña con coletas
que tenía la espalda apoyada en uno de los árboles del parquecito al que se
asoma nuestro salón, sostenía una especie de escopeta biónica de colores
chillones que también parecía ser de agua. El tercero en discordia, un niño
pequeñito, probablemente de la misma edad que los otros pero más encanijado, se
agazapaba detrás de unos de los bancos, esos bancos que durante los fines de
semana se llenan de niñatos que, con sus móviles a modo de discotecas
portátiles y sus litronas como imprescindible guarnición, hacen las delicias de
todos los vecinos de la zona.
Ta-ta-ta-ta, el de la metralleta seguía a lo suyo, como si
fuera un repetidor, incansable, sin tener en cuenta que las pistolas suelen
hacer pum-pum y no ta-ta-ta-ta, esas estupideces en las que nos fijamos los
adultos, barriendo el parque, “¡cinco a cuatro!”, gritó, subiéndose a lomos de
un caballo imaginario y trotando alrededor del parque. El chiquitín, entonces, aprovechando
que el Pisuerga pasa por Valladolid, salió de su escondrijo y pum-pum, “¡cinco
a cinco!”, chilló entusiasmado.
“¡No, no! No me has dado”, protestó el de la metralleta.
“¡Claro que te he dado! ¡En toda la jeta!”, le espetó el chiquitín, sin arrugarse.
“No, porque tengo un escudo protector antibalas”, explicó el de la metralleta. “¡No
es verdad!”, se indignó el chiquitín, sabiéndose atrapado, porque un escudo
antibalas es algo que nadie puede obviar. “¿Y cómo funciona?”, preguntó la niña
de las coletas, acercándose con su escopeta biónica. “Se pone en marcha cuando
el caballo anda”, explicó el de la metralleta. “¿Sólo cuando el caballo anda?”,
inquirió la niña. “Sí”, admitió el de la metralleta.
Pum-pum, dijo la escopeta de la niña, “cinco a cinco; tu
caballo está quieto, no hay escudo”, sentenció con una sonrisa.
Aplaudí mentalmente a la niña, sí señor. La inteligencia siempre ha sido el arma más poderosa del ser
humano; incluso en las tardes tranquilas de Septiembre.
viernes, 22 de marzo de 2013
Un museo para ver y tocar
Cuevas de Altamira, Museo Tiflológico ONCE |
Georges Henri Rivière, uno de los museólogos más destacados del siglo XX (cofundador, junto a Paul Rivett, del Museo del Hombre de París,
por citar sólo un ejemplo), decía que “el éxito de un museo no se mide
por el número de visitantes que recibe, sino por el número de visitantes
a los que ha enseñado alguna cosa”. Si hiciéramos caso de esta cita, el
Museo Tiflológico de la ONCE, sería uno de los más importantes del mundo.
El proyecto, “una ilusión”, como lo describe Ignacio Escanero Martínez, Director del Centro Bibliográfico y Cultural de la ONCE,
en la guía del museo (ONCE, 1998), nace con el objetivo de que “las
personas carentes de visión pudieran percibir, a través del tacto, la
caricia de la genialidad artística”. Pero también es un museo dirigido a
las personas que no tienen defectos visuales. “En una sociedad diseñada
para las mayorías”, como la describe Escanero, la empatía, esa
capacidad humana para ponernos en lugar del otro, es la principal
enseñanza que recibimos en este museo.
Reproducción Taj Mahal, Museo Tiflológico ONCE |
El recorrido por el Museo Tiflológico (del griego tiflos, ciego y logia, tratado o estudio) lo comenzamos por la sala de reproducciones:
se trata de maquetas a escala de los principales monumentos nacionales e
internacionales. El visitante puede recorrer con sus dedos los perfiles
de las catedrales de Burgos o Santiago, el techo de la sala principal
de las Cuevas de Altamira, la Estatua de la Libertad, el Partenón y los
relieves de su friso, el Taj Mahal o la Torre de Pisa. El museo pone a
disposición de los visitantes dos sistemas para facilitar el disfrute de
las obras: la audio-guía, que orienta el recorrido y lo describe, y la
guía con macrotipos (letras de mayor tamaño) y sistema braille.
El Quijote, José Mª Prieto Lago |
Continuamos por la sala de exposiciones, donde
encontramos obras de artistas ciegos y deficientes visuales. Algunas
forman parte de la colección permanente, como las del escultor sordo-ciego José María Prieto Lago, de un altísimo valor artístico, y otras de exposiciones temporales.
“El criterio fundamental de selección es la accesibilidad de la obra a
las personas ciegas o deficientes visuales graves”, explica Miguel
Moreno, coordinador del museo; las fotografías y pinturas que también se
exponen son obra de artistas asociados a la ONCE, artistas invidentes o
con deficiencias visuales graves, aquéllos que aun conservando algún
resto de visión, tienen prácticamente las mismas dificultades y
desventajas socio-laborales que un invidente.
Finalmente, nos espera la sala de material tiflológico,
donde se recogen todas las piezas que ayudaron (y ayudan) a los ciegos a
acceder a la educación y la cultura a lo largo de los años. Máquinas de
escritura Braille y de otros sistemas diferentes, calculadoras
adaptadas, máquinas de taquigrafía… También encontramos una colección
histórica de los cupones que las diferentes asociaciones (las primeras,
en la década de los cuarenta del siglo XX), incluida la propia ONCE, han
ido ofreciendo a lo largo del tiempo. La venta del cupón sigue siendo
la principal fuente de ingresos para la ONCE. En cuanto a material
pedagógico destaca un enorme mapa geográfico de España, en el que los
alumnos ciegos de un profesor alicantino, Francisco Just i Valentí,
aprendían Geografía en 1879. “No hay mejor política cultural que una
buena y adecuada política educativa; debemos intensificar nuestra
atención a favor de quienes están en desventaja”, escribía Esperanza
Aguirre en la presentación de la guía del museo, en 1998, como Ministra
de Educación y Cultura.
Mapa de Francisco Just i Valentí, Museo Tiflológico ONCE |
Todo el museo está adaptado para todo tipo de
personas, desde las rampas de acceso a la iluminación. Los suelos están
enmoquetados en las zonas de exposición, permitiendo así evitar
cualquier obstáculo y la iluminación es especial, sin brillos ni
reflejos que dificulten la percepción a las personas que conservan algún
resto de visión.
El horario de visitas del Museo Tiflológico de la
ONCE es de 10 á 14 horas, de martes a sábado, y de 17 á 20 horas, de
martes a viernes. La entrada es gratuita: basta con presentar el DNI o
el pasaporte aunque, como recuerda Miguel Moreno,
“si nos enseñan el cupón, sonreímos aún más”. Está ubicado en Madrid,
en la Calle de La Coruña nº 18, a menos de 2 minutos de la estación de
Metro de Estrecho, y a la misma distancia de la Calle de Bravo Murillo,
por la que discurren gran cantidad de autobuses.
“Un museo para ver y tocar”, eso es el Museo
Tiflológico de la ONCE. Y también es un museo para aprender, empatizar,
integrar y normalizar. Y por supuesto, un museo en el que disfrutar,
sentir y conmoverse con el arte.
* Todas las imágenes que acompañan este artículo proceden de la web del Museo Tiflológico de la ONCE
martes, 19 de marzo de 2013
Quiénes somos Diario de Alfredos
“Una comunidad se
desintegra en cuanto consiente en abandonar al más débil de sus miembros”.
Amin Maalouf [1].
Somos un grupo de
personas con conciencia, compromiso y responsabilidad social, que prestamos nuestros sentidos a
esas otras personas para las que Internet es su única ventana al mundo.
Tenemos claro que el ser
humano es, ante todo, un ser social y la sociedad, afortunadamente, está formada
por personas de todo tipo.
Contamos historias para
toda la sociedad, especialmente dirigidas a todos los Alfredos que existen,
cuya historia conocimos gracias a este artículo de Pedro Simón, que fue el
que nos dio la idea para este Diario de Alfredos.
Esperamos que os guste.
[1] MAALOUF, Amin, León el Africano, Alianza Editorial,
Madrid 2004, p. 201
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