Me senté
al borde de la acera. Un grupo de niños y niñas estaban cerca de mí y me miraban con
curiosidad. Un cachorrito de perro nos observaba a una distancia
prudente mientras se rascaba las pulgas. Miré al perro y le silbé
para que viniera a mí pero, por más que lo llamaba no había
manera. Uno de los niños se sentó a mi lado. ¿Quieres
que haga magia?, me dijo. Claro que sí, le contesté.
Sacó de uno de sus raídos
bolsillos un pañuelo. Lo abrió y apareció una pequeña piedra de
cal. "Es
una piedra mágica. Solo tienes que saber dibujar", explicó sonriendo.
Dibujó
un hueso en el suelo y silbó al perro. Para mi asombro, el cachorro
movió la cola y vino hasta nosotros.
"Para
hacer magia, se necesita saber que es lo que necesitan los otros. Si
se lo das o le ayudas a conseguirlo, la magia aparece", me dijo.
Sonrió y
regresó con el grupo.
En otra
ocasión, los vi tristes y tirados en la estación de
autobuses. Un compañero suyo había desaparecido. El chico de la
magia dibujó con la tiza un montón de cuadraditos en el suelo. De
inmediato, algunos se pusieron a jugar, con lágrimas en los ojos.
Así es el poder de la magia.
Me
acerqué al chico de la tiza y le dije: "Te
compro un trozo de tiza mágica".
Partió un pequeño pedacito y me
lo dio.
"La
magia no se vende", me contestó.
"La magia existe y se da. Sólo hay
que saber dibujar", añadió.
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