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jueves, 9 de octubre de 2014

Esclavitud



“La esclavitud no existe, hace mucho tiempo que se abolió”, le dices al espejo.
Claro que existe la esclavitud, pero en otras partes del mundo, no en nuestro paraíso occidental de luz y de color. Y por supuesto que mueren personas cada día. Personas a las que ni siquiera se las considera como tales, simples anotaciones en una hoja de cálculo, porcentajes que algún asesino de cuello blanco y máster en dirección de empresas incluye en los debes y haberes de cualquier multinacional, a salvo tras su escritorio de madera de cedro en un despacho de la décima planta de un rascacielos de Nueva York, París, Tokyo o la city de Londres.

Talleres de confección textil para que los armarios occidentales estén repletos de ropa barata de todos los colores, toda Made in Slavery, toda manchada de sangre, sangre que nuestras obesas pupilas occidentales no ven, o no quieren ver, sangre que no sale por mucho oxi-action que le incorpores a la lavadora. Sangre oriental, sangre africana, sangre sudamericana. En las etiquetas de nuestra ropa debería poner composición: sangre humana 100%. Pero no, lo que leemos es algodón de producción ecológica e imaginamos soleados prados verdes, un arco iris en el horizonte y niñas sonrientes. Sin sangre, sin remordimientos. Y solo por 5,99 €.

Minas de diamantes, piedras preciosas que lucen en los dedos, orejas, muñecas y cuellos occidentales, joyas ajenas a los túneles oscuros en los que hombres, mujeres, niños y niñas, cavan, arañan y mueren por decenas, por centenas, por miles. Por los miles de dólares, libras o euros que luego se convierten esas vidas humanas en la caja registradora de una marca de lujo en la milla de oro de Los Angeles, Roma, Moscú o Amsterdam.

Minas de azufre, minas de muerte a las que bajan cada día personas con la espalda jorobada de tanto cargar canastos de mimbre de más de 50 kilos cada uno durante jornadas interminables, en ambientes irrespirables por los vapores tóxicos que brotan de las entrañas de la tierra. Azufre para nuestras cremas, nuestros geles y nuestros champús, azufre para nuestra belleza, azufre para nuestra eterna juventud, extraído por personas que rara vez viven más de cuarenta años.

O minas de coltán, mineral imprescindible para que nuestros teléfonos móviles, inteligentes o no, nos permitan mandar chistes, fotos de nuestras hijas o avisar a Puri de que llegaremos tarde porque estamos en un atasco. Coltán por el que en el Congo se guerrea, se mata y se asesina, mientras en occidente hacemos colas kilométricas para adquirir el último modelo de i-phone.

Coño, claro que existe todo eso. Pero muy lejos, en países exóticos, no delante de tus propias narices.
Quizás por eso piensas que la esclavitud ya no existe.

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