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domingo, 21 de abril de 2013

Presentación del Libro Rojo de Mongolia

Mongolia en la Librería Muga
Las hordas mongolas acababan de salir del bar de al lado de la Librería Muga, esa barra donde se discuten los temas importantes, como diría después Ismael Serrano durante la presentación. Llegamos justo a tiempo para abrirles la puerta, un "hombre, me alegro de verte" y un apretón de manos después, bajamos las escaleras de la librería. Eduardo Bravo, el mongol al que acompaño, reconoce el cansancio acumulado después de la gira mundial de presentación del Libro Rojo, "pero estamos encantados, eh".
Como el público con ellos; ese público que les ha acompañado desde el principio, que estaba ávido de un referente en la prensa, ese público que abarrota la librería (como ha abarrotado el resto de espacios en los que se ha presentado el libro), ese público que echaba de menos llevar bajo el brazo un periódico del que poderse sentir orgulloso, un periódico que representa a gran parte de la sociedad, como en su momento sucedió con los que llevaban El País bajo el brazo, como recordó Ismael Serrano.

Ese periódico, ese antiguo ejemplo a seguir, al que aludió Gonzalo Boye, el responsable editor irresponsable de Mongolia, cuando recordó que no les habían incluido en los Premios Ortega y Gasset de Periodismo, pese a haber recibido el premio a la defensa de los valores humanos por parte del Club Internacional de Periodismo.
Este último galardón se suma a otros muchos que han recibido a lo largo de este primer año de vida. La recompensa a un trabajo bien hecho está ahí, en las estanterías donde se acumulan los premios y en los corchos de la redacción, donde cuelgan las innumerables fotografías que los agradecidos lectores les remiten.
El Libro Rojo en mi casa, entre Gila y Anguita
Y es que el público responde con fidelidad cuando se le trata con honestidad. Algo que Mongolia ha hecho desde el inicio. Eduardo Galán, el otro mongol presente ayer, afirmó que "el noventa y nueve por ciento de las publicaciones tienen cuidado con lo que dicen; nosotros, no". Ahí está una de las claves del éxito de Mongolia: dirigirse a un público adulto tratándolo con el máximo respeto, llamando a las cosas por su nombre y devolviéndole al Periodismo la dignidad vendida.

Mongolia, efectivamente, es un país. Y es un país digno de admiración, porque pasan cosas que provocan mucha envidia.
Un país en el que se señalan las desnudeces de los emperadores, en el que se ríen de los palmeros que alaban las bondades del traje nuevo, en el que se descubren los tejemanejes de los poderosos, y en el que se le llama pan al pan, y camelo a la religión.
Cumplido el año de existencia de esta manera tan roja y didáctica, con "este libro impresicindible en toda biblioteca que se precie" (Serrano dixit), sólo queda agradecer la existencia de esta revista, desear una larga y próspera vida y confiar en que esa mala reputación que les precede siga aumentando.
¡Viva Mongolia!

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