“La esclavitud no existe, hace mucho
tiempo que se abolió”, le dices al espejo.
Claro que existe la esclavitud, pero en
otras partes del mundo, no en nuestro paraíso occidental de luz y de color. Y
por supuesto que mueren personas cada día. Personas a las que ni siquiera se
las considera como tales, simples anotaciones en una hoja de cálculo,
porcentajes que algún asesino de cuello blanco y máster en dirección de
empresas incluye en los debes y haberes de cualquier multinacional, a salvo
tras su escritorio de madera de cedro en un despacho de la décima planta de un
rascacielos de Nueva York, París, Tokyo o la city de Londres.
Talleres de confección textil para que
los armarios occidentales estén repletos de ropa barata de todos los colores,
toda Made in Slavery, toda manchada
de sangre, sangre que nuestras obesas pupilas occidentales no ven, o no quieren
ver, sangre que no sale por mucho oxi-action
que le incorpores a la lavadora. Sangre oriental, sangre africana, sangre
sudamericana. En las etiquetas de nuestra ropa debería poner composición: sangre humana 100%. Pero
no, lo que leemos es algodón de
producción ecológica e imaginamos soleados prados verdes, un arco iris en
el horizonte y niñas sonrientes. Sin sangre, sin remordimientos. Y solo por 5,99
€.
Minas de diamantes, piedras preciosas
que lucen en los dedos, orejas, muñecas y cuellos occidentales, joyas ajenas a
los túneles oscuros en los que hombres, mujeres, niños y niñas, cavan, arañan y
mueren por decenas, por centenas, por miles. Por los miles de dólares, libras o
euros que luego se convierten esas vidas humanas en la caja registradora de una
marca de lujo en la milla de oro de Los Angeles, Roma, Moscú o Amsterdam.
Minas de azufre, minas de muerte a las
que bajan cada día personas con la espalda jorobada de tanto cargar canastos de
mimbre de más de 50 kilos cada uno durante jornadas interminables, en ambientes
irrespirables por los vapores tóxicos que brotan de las entrañas de la tierra.
Azufre para nuestras cremas, nuestros geles y nuestros champús, azufre para
nuestra belleza, azufre para nuestra eterna juventud, extraído por personas que
rara vez viven más de cuarenta años.
O minas de coltán, mineral
imprescindible para que nuestros teléfonos móviles, inteligentes o no, nos
permitan mandar chistes, fotos de nuestras hijas o avisar a Puri de que
llegaremos tarde porque estamos en un atasco. Coltán por el que en el Congo se
guerrea, se mata y se asesina, mientras en occidente hacemos colas kilométricas
para adquirir el último modelo de i-phone.
Coño, claro que existe todo eso. Pero
muy lejos, en países exóticos, no delante de tus propias narices.
Quizás por eso piensas que la
esclavitud ya no existe.
La imagen que acompaña este artículo procede de esta página.
No hay comentarios:
Publicar un comentario