Por Tom el Afortunado.
Una mueca a modo de
sonrisa se dibuja en el rostro del enano; debe ser la satisfacción de ver al
enemigo derrotado. Ayer pertenecíamos a galaxias diferentes; en circunstancias
normales, nuestras vidas jamás se hubieran cruzado. Hace apenas veinte minutos
yo no existía para el enano y, en cambio, ahora parece que va a disfrutar con
mi muerte.
Por mi mente no cruza
ningún pensamiento fugaz, ninguna frase lapidaria, ninguna revelación final; no
veo mi vida pasar por delante de mis ojos, ni escucho música de ningún tipo.
Sólo una frase, “así que esto es el final” y un deseo irrefrenable de estar en
cualquier parte menos aquí. Me temo que me voy a quedar con las ganas, porque
los milagros no existen.
El enano se prepara para
estamparme la bota con puntera tachonada en toda la cara. Todo sucede en
cuestión de décimas de segundo. Echa los hombros levemente hacia atrás,
iniciando la maniobra para coger impulso y concentrando toda su fuerza en este
movimiento. Y de repente, milagro.
Un relámpago plateado
irrumpe en la escena, sin apenas dar tiempo a ver de qué se trata. El enano
cierra los ojos, abre la boca y la lengua le cae fláccida, inerte a un lado. El
puño del medio-algo descansa sobre su oreja izquierda. Un hilo de sangre brota
por la boca del enano, cuyos ojos se han abierto, mostrando una mirada casi
vidriosa; el hilo ahora es un chorro y la cabeza le cae a un lado. Caería al
suelo si el medio-algo no lo estuviera sujetando. El tipo me mira sonriente,
mostrando la irregular y asquerosa dentadura; diría que un par de las piezas
que me enseña son de hierro.
“Ozz”, me dice, sin dejar
de sonreír, mientras separa el puño de la cabeza del enano, extrayendo el
pincho metálico que me ha salvado la vida, ahora chorreante de sangre y sesos
del enano. Mientras éste cae al suelo,
mi salvador gira la cabeza y, rápido como una centella, sale corriendo hacia
nadie sabe dónde.
Parpadeo estupefacto un
par de veces, contemplando cómo el cuerpo del enano cae muy despacio al suelo. Cuando
su cabeza toca la hierba y la sangre empieza a derramarse por la tierra, el
mundo vuelve a girar a la velocidad normal.
Me levanto, no sin
esfuerzo y miro a mi alrededor. Miro sin ver, es imposible centrar la atención
en algo. Mi campo visual se llena de barbas, cascos, carne y dolor. Oigo quejidos,
gritos de guerra, golpes de todo tipo y, de fondo, el rugido del maldito
público. Entre el golpe que el enano me dio detrás de la oreja y el caos que me
rodea, me siento verdaderamente mareado.
Lo que no sé es si
marearse es una buena idea en este momento y lugar.
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