Etiquetas

relato (13) Noticias del mundo exterior (11) Aventuras de Tom el Afortunado (6) Blood Bowl (6) Periodismo (5) crítica (5) reflexión (5) Mariano Rajoy (4) humor (4) Esperanza Aguirre (3) Pablo Iglesias (3) Pedro Sánchez (3) audiorrelato (3) diario de alfredos (3) mi ventana (3) Emilio Botín (2) Podemos (2) gatas (2) gatos (2) invidentes (2) ironía (2) ébola (2) Albert Rivera (1) Ana Mato (1) Artur Mas (1) Barack Obama (1) Binta (1) Bogui Jazz (1) Camino Beturia (1) Carlos Fabra (1) Chuck Norris (1) Ciutadans (1) César Vidal (1) Día Mundial (1) Educación (1) Federico Jiménez Losantos (1) Felipe VI (1) Feliz entasaño (1) Gandalf (1) Gata (1) Harmonía Big Band Project (1) Ignacio González (1) Javier Fernández (1) Javier Fesser (1) Jordi Hurtado (1) Jorge Fernández Díaz (1) José Saramago (1) Julio Cortázar (1) LOMCE (1) Las Casas del Conde (1) Libro Rojo (1) Manuel Chaves (1) Marca España (1) María Dolores de Cospedal (1) Mongolia (1) Museo Tiflológico (1) ONCE (1) PSOE (1) Parkinson (1) Partido Popular (1) Pedro Simón (1) Pequeño Nicolás (1) Rafael Hernando (1) Robert Capa (1) Rodrigo Rato (1) Rouco Varela (1) Río Francia (1) Salamanca (1) Segunda Guerra Mundial (1) Semana Santa (1) Suiza (1) Síndrome de Down (1) U2 (1) Yo también (1) africanos (1) alfredos (1) apelidos (1) atropello (1) avutardas (1) casa rural (1) cine (1) coronación (1) crónica (1) cultura (1) definición (1) documental (1) empatía (1) esclavitud (1) fantasía (1) fealdad (1) felicidad (1) fotografía (1) fútbol (1) gasolina (1) gato (1) gran idea (1) indignación (1) investigación (1) juego (1) lluvia (1) magia (1) marea verde (1) muerte (1) naturaleza (1) participa (1) pensamiento (1) pensiones (1) publicidad (1) quiénes somos (1) realidad (1) sarcasmo (1) sentido común (1) señoras (1) sierra de Aracena (1) sueños (1) tiza (1) vida (1) viñeta (1) vídeo (1) África (1)

viernes, 17 de mayo de 2013

Blood Bowl. Las Aventuras de Tom el Afortunado IV



Me sitúo en la línea que delimita el centro del campo. Bueno, supongo que debería decir que me sitúan, ya que el medio-algo, nada más entrar en el campo, llamó mi atención con uno de sus dedos, señalándome y moviéndolo para que me acercara a él. Caminé despacio hacia donde se encontraba, me pasó un brazo por los hombros y me situó donde estoy ahora. Al tipo flacucho con el que compartía el banquillo hasta hace unos instantes lo han colocado un poco más a mi derecha, también cerca de la línea del centro del campo.
Giro la cabeza a mi izquierda y cuento el número de integrantes de mi equipo. Ocho. Se supone que deberíamos ser once y sobre el campo sólo estamos ocho. Maticemos: sobre el campo sólo quedamos ocho. En el banquillo se encuentran los heridos, como el tipo al que he sustituido, el del tobillo destrozado y otros dos compañeros, uno que apenas puede mover el brazo izquierdo y otro con una herida sangrante en el costado izquierdo. Si la vista no me falla, esa herida parece una puñalada; tiene suerte de poder caminar: un poco más arriba y le hubieran alcanzado el corazón.

Además de ellos,  los inmóviles, los menos afortunados. Entre estos últimos, los dos tipos que fueron pateados por el público que invadió el campo, de las primeras cosas que vi cuando abrí los ojos. Junto a ellos, tirado en un rincón, el compañero al que uno de los enanos estampó una bota claveteada en toda la cara. Su rostro no se distingue desde mi posición; sólo se ve una masa informe de color rojizo. Pobre diablo.
Un gruñido cerca de mí me devuelve a esta línea del centro del campo en la que me encuentro. El origen del ruido es la garganta del enano que tengo enfrente. Apenas me llega a la cadera, pero el cabrón asusta. Lleva un pañuelo atado en la frente, que le tapa el ojo derecho. Un líquido purulento le chorrea de ahí, manchándole una barba ya de por sí bastante asquerosa. La barba le llega por la cintura, recogida en dos enormes coletas y sujetadas ambas con el cinturón. La redonda barriga queda protegida por la armadura que cubre todo el torso, con pinchos oxidados del tamaño de una cuarta en los hombros. Golpea el suelo con su bota izquierda. La puntera, reforzada con algún metal, horada la tierra, como si quisiera buscar un punto de apoyo para lanzarse con más fuerza contra mí. El tipo no me quita ojo, nunca mejor dicho. Está claro que soy su objetivo.

Miro a mi derecha en busca de apoyos. El medio-algo se sitúa un par de metros más allá, sonriendo desafiante al enano que tiene delante. Se lleva el dedo al cuello y lo mueve de izquierda a derecha, como si lo cortara, sin dejar de sonreír. El enano al que le dedica el gesto, el medio-algo y yo lo tenemos claro: ese enano va a durar muy poco.
Otro gruñido me recuerda que yo también tengo un rugiente problema a menos de un metro de distancia. El enano tuerto se va a lanzar a por mí en cuanto nuestro lanzador, el tipo que lleva el musculado brazo izquierdo desprotegido, dé la patada al balón para mandarlo al campo de los enanos.
El árbitro se lleva el silbato a los labios y da la señal. Elevo la vista al cielo por un momento. Antes de que mi universo se reduzca a sobrevivir ante un enano enloquecido, quiero echar un vistazo a esas nubes surcadas por el balón pateado. Puede ser la última vez que lo haga.

La imagen que acompaña este artículo procede de esta página
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario